viernes, 6 de mayo de 2011

El cipote florido

No hace mucho... o quizás sí, qué más da... tuvimos una visita de unos foráneos vasco-madrileño-sevillanos a nuestra humilde casa por un principio del mes de mayo cualquiera, que vinieron a que les enseñásemos la ciudad, y les paseásemos por las cruces de mayo que tanta fama adquieren en este florido-festivo-borracho mes de mayo de los qurtubanos tenemos marcado en nuestro calendario en color verde fino, que ahora la jet le ha puesto el nombre de color champán.

En fin, estupideces aparte, contaros que les paseamos, si no recuerdo mal, por las cruces que van desde el cristo de los Faroles hasta el Alpargate, más o menos, muy típicas y concurridas, a golpes de manzanilla (ellos no querían fino, sino manzanilla) y comiendo pinchitos morunos y serranitos en quasi todas las visitadas, como una extraña cata culinaria, muy poco aconsejable y con consecuencias a posteriori insostenibles que a buena cuenta dieron nuestros dos cuartos de baño al día siguiente.

Cuando llevábamos algunas cruces, alguno de nuestros visitantes nos hizo la pregunta "del millón".

- Bueno, Jose, tú que tan buen cordobés eres, ¿por qué no nos explicas de dónde viene esta tradición de la cruz de mayo? Porque supongo que lo sabrás, ¿verdad?

Cualquiera decía que no. Llamándome como me llamaron "buen cordobés" y después de la perorata que les fui soltando tal como íbamos avanzando entre calles y edificios, describiéndoles los lugares como Don Teodomiro en sus Paseos, no podía fallar en aquel momento.
Entonces me vino a la memoria lo que había leído con anterioridad no sé donde, y que desgraciadamente olvidé su autor, como siempre me pasa, y les fui explicando lo que podría ser el germen de esta tradición tan arraigada en la ciudad, y que no descarto que sea así. Y más o menos les conté:

En todas las culturas de la tierra, y desde tiempos inmemoriales se da culto a la fertilidad, y en la mayoría de los casos se hace adorando figuras de órganos sexuales masculinos o femeninos o ambos en postura coital.



Esas figuras eran adornadas con los frutos de la tierra, no solo con flores, sino con espigas de trigo o cebada, ramas de árboles frutales o cepas de vides. Alrededor suya los hombres y las mujeres realizaban rituales con cánticos y bailes, comían y bebían, e incluso tenían relaciones sexuales con el propósito de una fecundación segura y sana. Era una fiesta de varios días seguidos y de la que se esperaba diera los frutos solicitados, por eso se realizaba especialmente en primavera.

Dicha fiesta pagana probablemente ya existía en la Iberia pre-romana, y se mantuvo viva entre los pueblos más profundos de la península ibérica bajo el control romano, incluso después de la cristianización del imperio con Constantino, la sociedad feudal visigótica y el estado andalusí.

Con la llegada del cristianismo, y la prohibición del culto pagano, la iglesia católica pone en dicho falo un travesaño que lo convierte en la cruz de Cristo, y promueve su decoración floral anteponiéndose a la decoración relacionada con el ritual de fertilidad original. Y surge la cruz florida de la primavera.

Una cruz protegida y auspiciada por la iglesia católica por el bien de la adoración a Cristo, inaccesible, tras la reja de la moralidad y la espirtualidad. Pero el ser humano de la calle, mucho más pagano que lo que le quieren hacer ser, mantiene ese carácter festivo y comparte los momentos con su gente, distante y ausente de significados y de formas, o de moralinas que no le interesan.


- ¿Me estás diciendo entonces que las cruces de mayo son "pollas decoradas"? -me preguntó entonces uno de mis oyentes. (Perdóneseme la infame expresión)

- Yo prefiero -le respondí- llamarle un "cipote florido", que suena más cordobés.

Tras la chanza, una balbuceante voz masculina del grupo, declamando más por interés del zumo de uva que por el suyo propio, dedujo: "Pues, ¿qué quieres que te diga? Más prefiero yo por estética una cruz, que no una picha "envalentoná" rodeada de jaramagos".

- Si una cruz no fuera un instrumento de tortura -le respondí- posiblemente tendrías razón, pero tampoco me gustaría ver una guillotina o una horca sembrada de níscalos, y seguro que habrá quien prefiera, aunque no sea yo, un envalentonado, como dices, "cipote florido".

Y al otro lado de la verja, seguimos bebiendo manzanilla, aunque yo hubiera preferido fino.

P.D. Espero no herir la sensibilidad de nadie, tanto de creyentes y tradicionalistas, como de especialistas históricos, que seguro que sabrán corregirme a tiempo, ambos con las puertas abiertas a su opinión, en esta su casa.

2 comentarios:

Paco Muñoz dijo...

La mía ha sido herida José Manuel, sobre todo porque tus amigos bebían sólo manzanilla en Córdoba. No me lo creo, es posible que sea un error. Que amena descripción de la fiesta, y yo que siempre me he creído que era por lo de Constantino al cruzar el Danubio. Estoy yo bueno. Esta tu historia es más creíble.

José Manuel Fuerte dijo...

No sé si será o no más creíble, y desde luego referencias científicas no tengo. Tampoco es que me quite el sueño que me crean, pero es lo que (casi) siempre he creído que eran las cruces.
Anécdota con lo de la manzanilla. En la primera cruz de mayo que vimos me ofrecí a ir a por el vino, pero el fino se había acabado, así que no pedí. Volví y les dije que mejor nos fuésemos a otra cruz, porque aquí solo quedaba manzanilla. Y con cara de extrañeza me dijeron: ¿Qué vamos a beber, si no? Así que me volví y me traje un par de botellas de manzanilla, y les dije: "es que estamos en Córdoba, y no en Sevilla"... sin acritud, eso sí.